Andrógina






Cielo rojo, costas furiosas, nubes negras con focos de luz que quieren asomar y el mar azotándose entre las rocas.  Unos pálidos y toscos brazos rompen las olas y una cabellera negra se difumina en la profundidad oscura. Mente retorcida se jacta de la muerte y la hipotermia pareciera ser el alivio de llagas ardientes, los peces se han perdido entre el torrente contaminado por la envidia y el dolor. Las gaviotas chillan burlescas al tiempo que cae el atardecer como acuarela derramándose. La luna ya quiere asomar y el aire marino pica la garganta con su sal, cómo tragando sangre, volviendo la atmósfera inquieta.
Unos zuecos pesados y negros salen por entre las olas, así como Samara saliendo del pozo va apareciendo este espécimen de entre el oscuro oleaje en dirección a las luces urbanas. Y en el trayecto se envuelve en el aroma del pino frío, corriendo a lo crepúsculo entre la maleza y la hiedra.  



Cae el sol en la ciudad y las casas se cierran. Los bares se abren. Los jóvenes fantasean. El mito urbano retumba en tu corazón emocionado por saber que te depara el futuro en esta ciudad gótica. 

Estás en el cemento y tu cabeza se alza hacia el valle mientras resuena la música electro dark

 que te invita a bailar con los mortales. Pero algo te llama allá, en el valle. Tus ojos se fijan en esos valles de piedras. 

A veces se posan figuras oscuras. Tus amigos dicen que son nubes de lluvia. Otros dicen que es un satélite. 

Pero tu ya viste el destello en sus ojos rojos, criatura sentada como una gárgola allá en ese valle que te llama pero te da vértigo el sólo imaginar que esa criatura venga a buscarte como el águila a un polluelo. Las maras no son nada frente a criaturas así, inmunes a las necesidades corpóreas. Se escabulle en el monte y a veces bajan, entonces el inframundo narcótico se transforma en el yugo.

 A veces quieren bajar a divertirse y adoptan formas humanas. Imponen no sólo el temor sino la moda.  A veces ocupan grandes máquinas para transportarse, queriendo lucir esa fantasía del niño gánster. 

Pero estas criaturas lo superan todo, no necesitan comer ni beber como tú. 

A veces se escabullen entre callejones rayados y basureros, a esa hora donde el antro se cierra y maleantes jugando a ser eternos van en busca de más diversión. Entonces por allí aparecen, buscando venganza para la soberbia de los que dicen no temer pero sus pulsos se detienen, cuando se los encuentran,  bajo la penumbra de un poste, sonriéndote con encías sangrientas y dientes filudos.







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